Mi adorada América… Eres la mujer con la que Dios vaticinó mi eterno matrimonio desde mi nacimiento. Contigo viví mis más terribles arrebatos. Vivo mi sufrimiento perpetuo y mi lamento heroico. Sigues corriendo a través de la sangre de mis ojos. No te has separado de mi presencia y continúo extrañándote. Y no hay poema más bello que mis lágrimas contengan. Porque mis lágrimas no pueden recorrer mi rostro marchitamente lúcido. El sendero de mis mejillas arde como las llamas del mismísimo infierno. Mis lágrimas, tristes e impotentes, se queman por tocar mis labios húmedos. Hartos de hablarte con palabras que pretendan despojar mi poderoso espíritu de ti. Y me duele la mirada de tu cielo que se posa sobre mi cuerpo. Y no hay palabras capaces de hacerte imaginar mi acentuado llanto y mi tristeza. Y ni la más bella de las voces, es capaz de estremecerme como la moneda al

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