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Postits

  Ella era tan consciente de su papel en el planeta que, cuando encendí un cigarro, me acusó de colaborar al calentamiento global. =mas= –Me gustaría colaborar a un calentamiento más personal– quise bromear pero su cara de haber recibido el aire del desierto me reconvino. Era como haberle hablado mal de Mahoma a un ayatola.  Estábamos en nuestros cinco minutos frente a frente en un bar de citas. Yo me estaba hundiendo en mi falta de talento para ligar –por eso tuve que prender el cigarro, actividad que, en estos días de prohibiciones, sólo se lleva a cabo cuando un ser humano, de pronto, se da cuenta de su propia miseria– y ya llevaba tres seguras negativas. La cosa funciona así en el bar de citas: tienes que reunirte con diez mujeres que desean entablar una relación con desconocidos y cada una te da cinco minutos de entrevista. Lo normal es a qué te dedicas, tu signo zodiacal, tus pasatiempos. Ellas te palomean o te tachan. Los elegidos pueden salir a una cita fuera del bar de citas. Los tachonados seguimos asistiendo a este juego de las sillas. Siempre odié ese juego. La música se detenía siempre cuando estaba tan lejos de la silla que sólo podía evocarla. Fue por eso que le pedí que me hablara de sus convicciones ecologistas. No iba a permitir un rechazo más. Me iría con esta maestra de escuela a la cama lloviera o nevara, glaciación de Calvino o calentamiento global de Gore. –No son mis convicciones– volvió a reclamar mientras yo apagaba el cigarro sin fumar–, son del planeta entero. Nos compete a todos.  Puse mi cara de interesado, de digno de ser introducido al tema de nuestro tiempo y así fue que trascurrieron los siguientes cuatro minutos y veinte segundos. El mundo se calentó: los glaciares se derretirían, desaparecería Nueva York, México sería un desierto –más de lo que es ahora–, los pingüinos se extinguirían, las ballenas se desubicarían, los pájaros se harían impuntuales en sus migraciones. Nos ahogaríamos sin remedio en una nube de dióxido de carbono, sudando en shorts y minifaldas. La idea no me desagradó. Ella en minifalda. ¿Tendría buenas piernas? Todos sudorosos. La ropa pegada al cuerpo. Como postits. Acabó nuestro tiempo justo cuando ella iba a abordar las formas en que todos podemos ayudar a que el calor no suba. O a detenerlo, porque, según entendí mientras le veía la boca y la imaginaba en actividades distintas a hablar, el Apocalipsis del dióxido de carbono está anunciado, en marcha, y el

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