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Incertidumbre Literaria

 En los puestos del Metro Panteones y Colegio Militar fue donde compré algunos buenos libros; otros más en el puesto del tianguis de los sábados del eje 6 en la legendaria Iztapalapa. Más que mi calidad de persona carente de recursos sobrados, sobresalía mi necesidad de buscar en lugares no obvios mi literatura. Es fácil llegar a Gandhi  o al Fondo de Cultura Económica o al Sótano y pedir por tal o cual libro. Muy fácil.  Pero mi método era más rebuscado: recurría incesantemente a páginas y revistas literarias, como quien asiste a charlas entre amigos de un club de lectura, y la información que quedaba almacenada en la memoria era la que hacía resaltar a algún autor u obra en uno de esos puestecillos. Así hallé Conversación en la Catedral de Vargas Llosa, o la Guerra del Fin del Mundo de este mismo, a algunos de mis favoritos de la generación beat: Bourroughs, Henry Miller, o más clásicos como los Hermanos Karamazoff de Dostoyevski, es decir que lo fortuito traía siempre mi siguiente lectura: dependía de las compras pequeñas que estos personajes hacían para vender su producto. Era como hacer una combinación de suerte con un acervo de información para que en determinado momento y circunstancia diera con un elegido. Así podía ir de Fuentes a Kerouac, de Proust a Ibargüengoitia, de

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