marjolaine

C A P I T U L O 4

              Capítulo 4     La Familia   Conociéndome, respiré profundamente y traté de razonar. Prudencia es algo que nunca había usado en toda mi vida…empecé a empacar la cámara y los micrófonos.     Si mi familia supiera…=mas=     Mi familia es una rara mezcla de varias razas, creencias, religiones, posturas e imposturas. Mi abuelo, el ilustre ciudadano, de cuna acomodada y con aficiones artísticas publicó un libro de poesía allá por su juventud. Supongo que por ahí me viene todo esto de las letras.       Se casó con una bella cubana, hija de un acaudalado matrimonio feliz. Así decía la nota en el periódico.       Cada vez que la abuela quedaba preñada, tenía la misma obsesión de parir en Matanzas, Cuba.       Mi tío, Roberto Luis, me contaba que la abuela todavía tenía varias personas a su servicio en calidad de esclavos. Sí. Esclavos.     En una ocasión que regresaba de Cuba, se trajeron a la cocinera y a su hijo a la casa. Con el tiempo le dieron su libertad al hijo, quien tengo entendido llegó a ser un conocido jugador de béisbol en el Puerto.         El matriarcado ha reinado en mi familia desde siempre.       El tío Tito, publicó también varios libros, y miles de notas en los periódicos locales. Le echo de menos. Él era la única persona que me entendía. Mí padre, bueno…mi padre es otra historia.       Masones, católicos hipócritas, mormones arrepentidos, evangélicos de closet, putas discretas, matronas dominantes, dominados, victimas y victimarios, y por supuesto, los escritores muertos de hambre. En esa categoría entro YO. Y en casi todas las anteriores.     Pero eso sí, con un tremendo aire de alcurnia sospechosamente inflado. “Las putas somos muy dignas”       Así que ahora, con todo el arsenal armado para la primera correría de mi nueva y absurda misión, me valía mejor ser optimista.       ¿Qué podría pasar? Mi jefe me había sacado anteriormente del tambo, en menos de lo que dices “tengo derecho a una llamada”       Todo lo que sea necesario por hacer una nota era poco. Para Mario Salem, la palabra límite no tenía peso alguno.       Y yo, nunca he sido precisamente, prudente…           .

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