Se desata una nueva oleada de ansiedad, rápidamente ennegrecen las nubes, se enfría la brisa en atroces torbellinos y las rompientes disimulan el angustioso llamado de la madre. El nervioso palpitar del músculo vital torna por doquier los desorbitados ojos apenas llorosos y cegados por la tempestad hasta posarse detrás de la escueta saliente rocosa que apenas y logra ocultar por completo los rizos enmarañados del infante ensimismado en su juego de arena y guijarros cuya singular

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