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Serie Negra : Requiem - Segunda Parte

p=. !http://www.ymipollo.com/user/images/2006/09/f7e85c39c428a2036b7a9c076b76158d.jpeg! 7 junio de 1925 – 5 años antes de la gran matanza Oakley Llegó a la puerta de su casa y sabia lo que le esperaba. Esta vez su turno había durado 18 horas y no había llamado a casa para avisar que iba a llegar tarde. Pero eso no le importaba. No le importaba la mujer que estaba en la cama, ni menos la cena servida sobre la mesa que ya hace muchas horas debería de haber enfriado.. Abrió la puerta con su llave. , se quitó el sobre todo negro y se sentó en la sala. Sacó un cigarrillo y lo encendió.. Vio las volutas de humo subir lentamente hacia el techo. Las siguió con su mirada hasta que se dispersaron muy alto, casi en el cielo raso. Sacó su placa del bolsillo y la puso a la altura de sus ojos. Allí, en letras doradas podía leer su nombre y el cuerpo policiaco al que pertenecía. “Joseph Oakley, Chicago Police Department” rezaba la placa. Vio el brillo de su nombre y por un instante recordó los sueños que lo hicieron unirse al departamento de policia. Para proteger y Servir. Y recordó los cuerpos desmembrados de los pequeños niños regados por el suelo. Y el pentágono dibujado con sangre y tiza y su vómito sobre las baldosas de hace dos días. Y recordó que el día de hoy, la pequeña lisa hampton había aparecido con el cuerpecito destrozado sobre otro pentagrama. Recordó que esta vez el asesino no solo se había contentado con destrozarla si no también había cortado algunos de sus pedazos y los había comido. Todo estaba en los huesos , le había dicho walrus. Allí, en medio de pequeños trozos de carne, parecían la marca de los dientes de una hiena con la apariencia de un hombre. No quitó si vista de la placa mientras recordaba como con la sangre de la pequeña el asesino había colocado en la pared un mensaje de dos palabras que lo habían dejado helado. Dos palabras que no se había podido quitar de la cabeza: Habrán más Oakley cerró los ojos con la intención de alejar las imágenes de su mente, pero no pudo hacerlo. No pudo dejar de ver la sangre, ni los órganos, ni tampoco la ropa ensangrentada de la niña. Pero lo que mas le asustaba no eran esas imágenes, si no el hecho que esta vez no había vomitado. Le asustó la idea de que por fin su mente aceptaba tales aberraciones como algo natural. Y lloró por eso. Pero su llanto no tuvo lágrimas. No tuvo dolor. Solo tuvo el sabor de saber que nada de lo que hiciera podría devolverles la vida a aquellos pequeños. Tras de él,, los pasos ligeros de su mujer lo sorprendieron: - Joseph, estas bien? – preguntó didywy El volteó a verla. Ninguna expresión apareció en su rostro - Que haces todavía levantada - Te estaba esperando. Que te pasa - Nada. Vuelve a la cama. Yo estaré aquí unos minutos Oakley dio otra pitada a su cigarro y lo apagó - Oí en las noticias que ha habido otro cadáver. Dios mío, es el mismo asesino - No quisiera hablar de eso ahora didywy. Por favor vete a dormir ya La mujer pareció dudar un momento. Luego se acercó a él y le puso una mano sobre la suya. El roce caliente de la piel de su marido hizo que se estremeciera más. - Jos, hace horas que esperaba que me llamaras. Estaba muy preocupada por ti. - No pude hacerlo y por favor vete a dormir. - Llevas días así, ensimismado. Necesitamos conversar. Por favor, intenta hablar conmigo - Por favor déjame en paz didywy. Al menos por esta noche. Oakley se puso de pie y sacó el arma de su sobaquera y la colocó sobre la mesa. Luego cogió las llaves del auto. - necesito una copa-le dijo a su esposa - no me esperes despierta. Salió a la calle Didywy se quedó sentada unos momentos y trató de recordare en ese hombre que acababa de salir por la puerta al hombre que amaba. Le fue difícil hallar la sonrisa de la primera cita, cuando el le regaló esa rosa roja que aún guardaba dentro de un libro, o el primer beso en el campus de la universidad bajo aquel árbol lleno de hojas amarillas por el otoño, y cuando, orgullosamente, lo vio convertirse en el primero de su año en la academia de policía ,Aunque solo tenia unos meses de casada, le costó recordar al hombre que una noche de enero le había hecho por primera vez el amor y le había hecho sentir que la verdadera felicidad podría anidarse en su pecho. Y menos podía recordar al hombre que hace cuatro meses le había puesto un aro en el dedo jurándole amor eterno. Entonces, notó que en medio de las cosas de su marido, había un sobre cerrado. Y ella lo abrió y vio las fotos que su marido, horas antes, había odiado ver. Y ella se dio cuenta que el mundo era un lugar salvaje y cruel. 7 abril de 1925 – 5 años antes de la gran matanza. Del diario de Charles Skatzi Por fin sucedió. Sabia que estoy iba a pasar y

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