tartutic

La niña en la fuente.

Es increible lo mágico e inspirador que puede resultar un parque. Mis mejores escritos han surgido de observar a la gente que pasea en ellos los fines de semana. Puedo pasar horas observando a las personas que caminan frente a mí, cuando me siento en una banca de un parque. Y tengo uno, que es mi favorito, al que acudo con frecuencia a cargar las baterias de la imaginación. He visto pasar muchas tardes sentado en aquella banca de ese parque. Tardes calurosas, plagadas del exuberante perfume de las flores en la Primavera; tardes que emulan felicidad, mezclándose con ese aire de erotismo que viene con el Verano; tardes carentes de sentido por la vida, así como árboles sin hojas en el Otoño; tardes frías, llenas de recuerdos melancólicos reprimidos por el corazón en el Invierno. Cada una con su lección de vida y con su propio sabor, ya sea dulce o amargo. =mas= Una de tantas tardes, vi llegar a una niña de unos 8 años con una bolsita de plástico en la mano. Se sentó juntó a la fuentecilla que adornaba el centro del parque. Abrió la bolsita y empezó a arrojar pedacitos de pan tostado a las palomas. Como era de esperarse, las aves se abalanzaron sobre el banquete que la niña les ofrecía. Después de un rato, la niña se quedó inmóvil viendo cómo las palomas devoraban el pan. Sus ojos se perdieron entre las aves y su mente parecía haberse desconectado de su cuerpo. Su rostro se volvió frío y sin expresión.

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