Einyel

Los peces sueñan?

  Primavera de 1989.   Fueron varias noches en las que no podía dormir, por lo cual decidí recorrer la ciudad en mi forma intangible buscando a aquellos extraordinarios de nacimiento con una pesada losa sobre su destino; y así fue que la encontré.   Mariel dormía en su cama, las primeras luces del alba asomaban por la montaña cuando sonó el despertador trayéndola de vuelta al mundo “real”; se incorporó con energía y pude percibir en ella una tranquilidad interior que pocas personas han experimentado en su vida, pero en su caso esa paz siempre había acompañado sus mañanas.   Como siempre daba los buenos días al “Señor Molko”, una carpa cola de velo que la acompañaba en su pecera al lado de la cama, su fiel amigo, cuantos años había estado con ella?, ni si quiera ella sabía con exactitud porque desde su temprana infancia había estado en esa habitación. =mas=   Una ducha rápida, el arreglo y la preparación de su desayuno fueron parte de su rutina mañanera para concluirla con un beso en la frente de Moni su nana, una mujer de 85 años quien se hiciera cargo de ella cuando su madre falleciera por causas desconocidas y que a partir de ahí fuera su única “familia”. Moni dormía plácidamente en otra habitación y Mariel procuraba no despertarla al irse a la universidad.   En la facultad, corría su tercera clase cuando unos golpes en la puerta interrumpieron al profesor; un intendente solicitaba la presencia de Mariel en la dirección, tenía una llamada.   Josefa, vecina y amiga de la infancia le daba la noticia, “Mariel, tienes que venir enseguida, es tu nani, algo le paso a Doña Moni!”   A partir de ahí las horas y los eventos se sucedieron uno tras otro sin que ella pudiera precisar algo. El anfiteatro, trámites, firmas, llamadas, velas, mucha gente, amigos, compañeros, vecinos y en esa vorágine solo atinaba a pensar “me quede sola…” Al final después de los últimos pésames, regreso al departamento y en la penumbra que antecede a la noche se sentó en la cama mirando fijamente la pecera a su lado.   El Señor Molko nadaba con pereza, ajeno a los eventos que habían cimbrado la vida de su dueña y sin embargo ahí estaba, a su lado. Mariel apenas musitó “y ahora, que vamos a hacer Molko?”; como única respuesta el pez nado frente a ella moviendo su ondulada cola mientras Mariel quien no dejaba de observarle caía en un sopor producto de dos días sin dormir y así quedo envuelta en las tinieblas.   Mariel abrió lentamente los ojos y de inmediato se dio cuenta que no era su habitación, escucho una leve respiración y de inmediato volteo, a su lado dormía un niño de unos 10 años, nunca lo había visto pero sabía su nombre, Emilio. Como autómata se incorporo en silencio y acercándose a él coloco su mano derecha en la frente de Emilio, la oscuridad la envolvió nuevamente.   Era el cumpleaños de Emilio, sus padres habían organizado una fiesta en la alberca y el nadaba alegremente chapoteando en medio de varios delfines que hacían piruetas y emitían sonidos amistosos festejando al cumpleañero. El pastel llego y Emilio intento llegar a la orilla de la piscina para salir, pero desde el fondo de ella, las manos de Mariel sujetaron los tobillos del niño y lo llevaron hacia abajo en lo que parecía un abismo profundo; el grito de terror de Emilio fue apagado por el agua y pudo ver como sus padres alegres se perdían en la superficie mientras el abismo lo devoraba.   Mariel volvió a despertar, Emilio a su lado se convulsionaba

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