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PEDRO HENRIQUEZ URENA: LA IDENTIDAD CULTURAL HISPANOAMERICANA ..

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA: LA IDENTIDAD CULTURAL HISPANOAMERICANA EN "LA UTOPÍA DE AMÉRICA" Laura A. Moya López Introducción La reconstrucción de la historia de las ideas en el México de principios del siglo xx se encuentra íntimamente ligada al estudio de uno de los grupos intelectuales responsables de sentar las bases de la cultura mexicana contemporánea: el Ateneo de la Juventud (1909-1914). Álvaro Matute ha definido al Ateneo como una asociación civil, un grupo y una generación, demostrando así las dificultades que todo estudioso enfrenta al momento de clasificarlos. Asimismo el Ateneo ha sido reconocido como una comunidad que contribuyó a la ruptura política y filosófica con el legado positivista, herencia de la República Restaurada (1867-1876) y fundamentalmente del Porfiriato (1876-1911).[ 1 ] El Ateneo representó el regreso a las llamadas preocupaciones metafísicas, afirmando la validez de la libertad humana como fundamento del espíritu y por supuesto de todo proceso de conocimiento. Alfonso Reyes, Antonio Caso, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña constituyeron el núcleo ateneísta, pero la asociación estuvo conformada aproximadamente por 69 miembros, muchos de ellos abogados, historiadores, pintores, literatos, un ingeniero -Alberto J. Pani- y un médico -Alfonso Pruneda. Destacaron en particular los nombres de Martín Luis Guzmán, Julio Torri, Ricardo Gómez Robelo, Jesús Acevedo, Enrique González Martínez, Manuel M. Ponce, Diego Rivera, Ángel Zárraga, entre otros.[ 2 ] Muchos de ellos fueron intelectuales formados en la mejor tradición positivista, y emprendieron caminos diversos para rebatir la ortodoxia política y teórica de esta corriente de pensamiento que sin embargo moldeó su disciplina y talentos. Alejados del darwinismo social y del fetichismo de la ciencia como única vía de conocimiento verdadero, impulsaron el libre albedrío y creyeron en la fuerza del sentimiento y la responsabilidad humana, tanto individual como colectiva, frente a todo fatalismo. El Ateneo de la Juventud representó un intento y la consumación del esfuerzo por resignificar la cultura y los problemas de México, desde la perspectiva de nuevos marcos interpretativos que transitaron del humanismo griego a las lecturas de Kant, Nietzsche, Schopenhauer, Bergson, Boutroux, Croce y José Enrique Rodó, entre otros. Sus objetivos se centraron en la necesidad de trabajar en favor de la cultura y el arte. Para lograrlo organizarían reuniones públicas en las cuales se daría lectura a trabajos literarios, científicos y filosóficos. Asimismo sus miembros escogerían temas para dar lugar a discusiones y a la difusión de las ideas. Pedro Henríquez Ureña es entre los ateneístas uno de los autores más representativos de las preocupaciones que recorrieron esta organización cultural: el problema de la identidad nacional y de la identidad hispanoamericana. Sin duda, el replanteamiento del problema de la identidad se desenvolvió en los albores del siglo xx, bajo la presencia de un doble escenario: la pérdida de la última colonia española que cuestionó profundamente los lazos aún existentes entre el nuevo continente y España, y por otra parte la reflexión heredada del siglo XIX en torno al referente mestizo como sinónimo de identidad nacional. Las ideas de Henríquez Ureña sobre la identidad cultural de la América española, objeto de este ensayo, se encuentran claramente plasmadas en un amplio proyecto civilizatorio que denominó la utopía de América. En él, Henríquez Ureña vio en la cultura de las humanidades heredada de los griegos una oportunidad para cultivar un espíritu crítico del mundo circundante, capaz de juzgar, comparar y experimentar. Su utopía de América aspiraba al acceso a la modernidad bajo el ideal del perfeccionamiento individual constante. Sin embargo, la entraña de la utopía se fundaba no sólo en una aspiración, sino en una realidad cotidiana. Este proyecto civilizatorio, denominado utopía, ubicó la esencia de la identidad hispanoamericana bajo la representación común del mundo contenida en el idioma español y su función vinculante en el continente. Así Henríquez Ureña compartió con Antonio Caso y José Vasconcelos la inquietud por resolver el problema hispanoamericano dado por la tensión entre lo universal, la cultura humanista, y lo particular dado en este caso por las tradiciones, costumbres e historia nacionales. Henríquez Ureña contribuyó a la historia de las ideas, y al pensamiento hispanoamericano, gracias a su reconstrucción de las corrientes literarias y artísticas que expresaban el espíritu de un puñado de pueblos enlazados por el vínculo de la lengua española. El idioma tanto para Henríquez Ureña como para Miguel de Unamuno sintetizaba formas de pensamiento y de representación del mundo que integraban a la América española a través de un mestizaje espiritual. El pensamiento utópico de Pedro Henríquez Ureña entendió la relevancia de su momento histórico al asumir que la comprensión de éste derivaba en la obligación moral de promover nuevos proyectos. Henríquez Ureña centró su atención en la dimensión de la vida cultural, como el horizonte que posibilitaría la perfectibilidad moral y espiritual de Hispanoamérica, sustento de todo cambio estructural. Así, los aspectos del pensamiento del autor referidos a la utopía de América le permitieron establecer un contraste entre el mundo ideal por él deseado y los problemas acuciantes de su tiempo. La consecuencia natural de este proceso fue el constante impulso a la creación de instituciones y actitudes que contribuyeran a forjar un espíritu crítico y humanista. De ello, Henríquez Ureña dio cuenta en toda Hispanoamérica. En este ensayo intentamos presentar las ideas de Henríquez Ureña que nos brindan un panorama de los elementos integrantes de la utopía de América, no sólo en tanto proyecto cultural afianzador de la identidad hispanoamericana, sino también como parte del sustento histórico, filosófico y sociológico necesario para comprender el sentido y los fines de la obra del autor en un sentido más amplio. El ensayo está dividido en tres apartados. En el primero de ellos, presentamos una semblanza biográfica que pretende mostrar el profundo vínculo existente entre la vida de Henríquez Ureña, sus ligas familiares con el mundo de la cultura y el perfil de su riquísima trayectoria intelectual. Lo anterior permitió descubrir no sólo los orígenes de su pensamiento utópico, sino la fuente de su preocupación por el problema de la identidad. En la segunda parte, explicamos una de las dimensiones más importantes del pensamiento del autor que se refieren a los conceptos e ideas que integran la llamada utopía de América. Este apartado se subdividió a su vez en tres grandes temas eje del pensamiento del autor: "Cultura y Universidad", "La cultura de las humanidades" y finalmente "La utopía de América". De esta manera, pretendemos mostrar la relación que encontramos entre el papel de las instituciones, la filosofía humanista y la dimensión del pensamiento utópico del autor, el cual, como veremos, se vio además fuertemente influido por José Enrique Rodó y las nuevas interpretaciones sobre la presencia de España en América. Finalmente, en el tercer y último apartado explicamos por qué para Pedro Henríquez Ureña eran la literatura y el idioma español los caminos que conducían a la realización de la utopía en la América hispánica y a la definición de un rostro cultural y una identidad común para las naciones hispanoamericanas. Planteamos cómo sus ideas sobre el conflicto generado por la búsqueda de la originalidad en este terreno se encontraban engarzadas en realidad con el problema de la identidad cultural hispanoamericana. El legado de la cultura latina que España había brindado sería asimilado a través de la vivencia, el paisaje y la historia única e irrepetible de este continente. La literatura permitiría engarzar lo universal bajo una expresión particular y única. En el siglo xx, éste era nuestro vínculo fundamental con aquella nación y la raíz de nuestra identidad. Pedro Henríquez Ureña: los orígenes de la utopía de América, 1884-1946 Los aspectos biográficos de Pedro Henríquez Ureña proporcionan algunas claves importantes para comprender la presencia constante del tema de la identidad a lo largo de su obra y que se sintetizan con claridad en la utopía de América: comprender la fuerza y potencial integrador de la palabra y del idioma español, su amor filial a la literatura, los agravios por la invasión de Santo Domingo y de la cultura anglosajona, materialista y sensual, en toda Hispanoamérica. De ahí derivó probablemente su nostalgia por la herencia latina y humanista de España que lo convirtió, como veremos, en un intelectual que vivió en América y en España como exiliado. Éste es el origen de su búsqueda de un ideal de fraternidad cultural compartida por la lengua española, por encima de las fronteras geográficas y las diferencias económicas, políticas o culturales. La experiencia del desarraigo lo llevó a buscar su ideal de patria en aquella fraternidad hispanoamericana. Nacido el 29 de junio de 1884 en Santo Domingo, República Dominicana, nuestro autor fue hijo del médico, político y escritor Francisco Henríquez y Carbajal, quien fue ministro de Relaciones Exteriores del país y presidente de la República, y de Salomé Ureña, importante escritora, quien además bajo la influencia de Hostos estableció la Escuela Normal de Santo Domingo y en 1881 fundó el Instituto para Señoritas.[ 3 ] Por ambas ramas la familia cultivó y consolidó cierta tradición cultural en la isla. El padre, opositor del dictador Ulises Heureaux fue director de la Escuela Preparatoria. Su madre, autora de poemas patrióticos de intención civil y civilizadora, fue, junto con José Joaquín Pérez, la escritora más significativa de las letras dominicanas de entonces. Uno de los datos biográficos más interesantes en la trayectoria de Henríquez Ureña radica en el hecho de haber sido educado, junto con sus hermanos Fran y Max, directamente por sus padres. Asistieron por primera vez a un sistema de educación formal en 1895, en el Liceo Dominicano. Sin embargo, el proceso de aprendizaje se vio constantemente reforzado por la asiduidad familiar a veladas literarias y por el temprano contacto de Pedro con la cultura musical. Su vida en esta etapa se vio marcada por la trayectoria política del padre. Su inconformidad con el régimen político de Heureaux los obligó a instalarse en Cabo Haitiano, donde los tres hijos de la familia Henríquez Ureña fundaron una sociedad literaria llamada "El Siglo Veinte". En 1897, Pedro y Fran regresaron a Santo Domingo, después del deceso de su madre, para continuar el bachillerato. El hogar de Henríquez Ureña estuvo integrado por la escuela y la velada literaria, de donde adquirió su profundo sentido del deber, la responsabilidad, su incipiente espíritu reflexivo y su profunda pasión por la poesía. Sin duda, la historia de Santo Domingo explica en parte la admiración y la nostalgia de Pedro por la España renacentista y el Siglo de Oro, temas recurrentes en su obra: la isla fue el primer suelo americano pisado por Cristóbal Colón, lo cual le otorgaba un lugar privilegiado en la historia de la América española. Después de su independencia forzada en 1821, Santo Domingo se volvió a unir a España entre 1861 y 1865, y no es sino hasta 1905 que Estados Unidos ocupó las aduanas e invadió el país. Un poco antes, en 1899, con el asesinato del general Ulises Heureaux, cambió la situación familiar. El nuevo presidente, Juan Isidro Jiménez, nombró al padre de Pedro ministro de Relaciones Exteriores. Pedro publicó sus primeros artículos en las revistas literarias El Ibis, Páginas y Nuevas Páginas. Entre 1901 y 1906, la vida de Pedro Henríquez Ureña transcurrió entre los Estados Unidos y La Habana, bajo un proceso intenso de formación intelectual que incluyó estudios musicales, literarios y una inclinación temprana por la crítica literaria y la difusión cultural. En 1903, concibió su proyecto de escribir un estudio sobre tres escritores jóvenes a los que consideró representativos de las tres razas: D'Annunzio por la latina, Kipling por la sajona y Gorki por la eslava. En realidad sólo escribió el ensayo sobre D'Annunzio, que publicó junto con un ensayo sobre Rodó, primero en la revista Cuba Literaria y después en su primer libro Ensayos críticos. En 1905, incluyó otros ensayos para completar el contenido de esta obra con reflexiones sobre letras europeas (D'Annunzio, Wilde, Shaw) y tres artículos sobre ópera. En 1906 y hasta 1914 Henríquez Ureña vivió en México, donde realizó una importantísima labor cultural. Aquí ingresó a la redacción de El Imparcial y se vinculó con la Revista Moderna, dirigida por Jesús Valenzuela. Conoció a Antonio Caso, a Alfonso Cravioto y a Luis Castillo Ledón -fundadores de Savia Moderna -, a Alfonso Reyes, Luis G. Urbina, Marcelino Dávalos y José Vasconcelos, entre otros. Bien conocido en este periodo fue el episodio de la participación de Henríquez Ureña en la redacción de una protesta por la reaparición de la Revista Azul, dirigida por Caballero en 1907, así como su participación en un acto de desagravio a Gutiérrez Nájera. En ese mismo año se fundó la Sociedad de Conferencias, organizada por el grupo más selecto de la juventud intelectual mexicana; se dictaron seis conferencias iniciales encabezadas por A. Cravioto, A. Caso, R. Valenti, J. T. Acevedo, R. Gómez Robelo y Henríquez Ureña. El espíritu de independencia intelectual, la inquietud filosófica y en general la defensa de las humanidades se convirtieron en parte de la identidad de este grupo. En 1908, Henríquez Ureña y, una vez más, Jesús Acevedo organizaron otro ciclo de conferencias, antes del cual cada miembro del grupo estudiaría un tema de la cultura griega, y juntos leerían y discutirían. Estas conferencias no se realizaron, pero marcaron el punto de ruptura y crítica de Henríquez Ureña con el positivismo y, ante todo, una experiencia de conocimiento profundo sobre Grecia y la llamada cultura de las humanidades. En ella encontró las semillas de nuestra identidad cultural. Un segundo ciclo de conferencias que sí se realizó en 1908 incluyó a Caso, Max Henríquez Ureña, Fernández McGregor, I. Fabela y R. Valenti. Pedro no participó en esta ocasión. Mientras, dio a conocer su libro Horas de estudio y contribuyó con Alfonso Reyes para la publicación en México del Ariel de Rodó. En 1909, Henríquez Ureña se convirtió en un importante miembro en la fundación del Ateneo de la Juventud y también comenzó sus estudios de métrica al publicar el ensayo sobre "El verso endecasílabo" en la Revista Moderna. Asimismo, se interesó por asuntos de filosofía con un ensayo sobre positivismo, que integraría a su obra Horas de estudio. En ese mismo año, nuestro autor asistió a la Convención Nacional Reeleccionista en la que Porfirio Díaz y Ramón Corral fueron proclamados como candidatos a la presidencia y vicepresidencia, respectivamente. Presente entre el público, Henríquez Ureña escuchó y criticó después un discurso pronunciado por Antonio Caso en nombre de la juventud, en el cual Caso no se dirigía directamente a las personas y "manoseaba", en opinión de Henríquez Ureña, el concepto de democracia, al justificar por qué no podía implantarse en México en ese momento. Algunos ateneístas, entre ellos nuestro autor, le indicaban a Caso que como intelectual debía evitar el compromiso político directo o bien que no tenía por qué comprometerse con una opción tan inmovilista como la reeleccionista. El año de 1910 fue para nuestro autor de preparación de la Antología del centenario, diseñada por Justo Sierra y cuya redacción estuvo a cargo de Luis G. Urbina y Nicolás Rangel. Henríquez Ureña escribió las introducciones a once escritores mexicanos del siglo XVIII, así como el índice biográfico de la época. Fue también en ese entonces cuando ocupó el cargo de oficial mayor de la secretaría de la Universidad. Fue designado profesor de Lengua Española en la Escuela Superior de Comercio y Administración y catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana en la Escuela Preparatoria de la Universidad. Hacia 1912, fue cofundador de la Universidad Popular de México y continuó sus estudios de abogacía. Posteriormente fue catedrático de Literatura Inglesa y de Historia de la Lengua y la Literatura Españolas en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México. Redactó las Tablas cronológicas de la literatura española para la Universidad Popular Mexicana. A ese año correspondieron también varios trabajos sobre letras españolas o coloniales americanas, entre ellos su conferencia sobre Juan Ruiz de Alarcón. En 1914, el autor obtuvo el título de abogado y, sin aguardar la entrega del diploma (que recibió por él su discípulo Antonio Castro Leal), partió hacia Cuba, donde colaboró en revistas como El Fígaro y en el periódico El Heraldo de Cuba. Para optar por el título, presentó una tesis sobre la Universidad, con la cual al publicarse, parcialmente en 1919, tuvo la intención no sólo de cumplir con un requisito universitario sino, en palabras del autor, de contribuir a la defensa de esta institución frente a la cerrazón positivista. En esos años también participó angustiado en los sucesos dominicanos a partir del desembarco de tropas estadounidenses en 1916, la elección de su padre como presidente provisional por el Congreso dominicano y su posterior exilio. Entre 1917 y 1920 impartió cursos en Minnesota sobre literatura española de 1500 a 1900, estudios sobre la obra de Cervantes, lecturas de español sobre textos hispanoamericanos y, en Chicago, sobre drama español de los siglos XIX y xx, la novela española y Cervantes vida y obra, entre otros. Asimismo, concluyó y presentó su tesis de doctorado en Filosofía que escribió en español y que tituló La versificación irregular en la poesía castellana. El viaje a España se constituyó en una de las experiencias más intensas de Henríquez Ureña, dado su profundo conocimiento del idioma español como fuente y vínculo de

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