Video =mas= {youtube:3OlxKVa7BHA} Estridencia. En la bala que riega sus sesos en aquella casa de Seattle; en el ardor en su estómago, que no le deja dormir ni vivir; en el riff de la guitarra; en una vida que ya le pesa… Recuerdo con claridad aquel 8 de abril del ’94: día soleado, y yo iba llegando a casa, después de una larga sesión de basquetbol. En aquel entonces yo no era más que un niño mojigato, asustado de “transgredir” y desafiar a mis padres escuchando esa “música de locos”. Mi hermano Daniel, por fortuna, me convence de escuchar sin prejuicios el Nevermind. No me queda otro remedio que sucumbir ante lo que escucho: dolor, angustia, inconformidad… pero también una extraña forma de alegría estúpida y autodestructiva, algo como el deseo de hacer música estruendosa sólo porque sí, para escupirle al mundo en la cara que si vas  a vivir en este lugar infecto, al menos lo harás bajo tus propias reglas, antes de convertirte en otro obeso conformista que vota para sentir que ya cumplió…=mas= No tengo ni un día de ser fan de nirvana cuando me enteró de la noticia, de manera vaga. Daniel escucha el radio, mientras voy llegando: ponen el famoso concierto de Roma, uno de los más célebres, por haber sido escenario de un primer atentado de Kurt contra su propia vida. “¿Pues qué, se habrá muerto…?” se pregunta mi hermano, medio alarmado, medio en broma. “No creo”, respondo, esperanzado en que ese malnacido recién descubierto por mis oídos vírgenes aún tenga mucho por dar, ahora que lo he encontrado. Pero no se puede evitar saberlo: Kurt Cobain ha sido descubierto en medio de un charco de sangre, la cabeza destrozada por una escopeta que él mismo accionó. Por la tarde,

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