Finalmente, y después de una semana muy difícil, es fin de semana. La semana pasada tomé una decisión muy "importante" en mi vida: había pensado en volver al gimnasio, después de casi tres años de no dedicarme a la levantada de pesas, pero hubo varias razones que me impulsaron a no hacerlo; aunque, la más importante de ellas, me ha dictado una nueva ideología que, más bien, se traduce en pasión: el fútbol. Una lección como ésta sólo me pudo enseñar nuevamente que no es bueno decir "de esta agua no beberé". Durante muchos años me dediqué al basketball, siendo lo que en fútbol sería un "líbero": un poste con una enorme y pronunciada capacidad de anotar puntos desde cualquier punto del área ofensiva. Tras cinco largos años de total dedicación a este deporte y de total aberración al fútbol, decidí que era momento de dedicarme a mi vida social: viajar, salir, tener novia, escuela, etcétera. Sí, definitivamente incrementé mi vida social en miles, pero mi faceta deportiva quedó sepultada casi a seis pies bajo tierra. Hace dos años surgió, súbitamente en mí, un interés infinito por un deporte al que yo juré apuntando con el índice hacia el cielo que no jugaría en toda mi vida.

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