El darwinismo se ha convertido, sin lugar a dudas, en una filosofía polémica y contrastante. Por un lado, la gran mayoría de las religiones lo cuestionan con bases tan dudosas que llegan al ridículo; mientras que ciertas corrientes pseudofilosóficas lo utilizan como justificación de doctrinas supremacistas, racistas,  o como justificación del abuso del poderoso sobre el menos afortunado. La verdad es que el darwinismo no necesariamente es una doctrina que pretenda ir en contra de la idea de un Dios; ni mucho menos intenta justificar la opresión del poderoso sobre el débil. El Darwinismo, en todo caso, es una explicación del mundo, con base en ciertas reglas que aplican a todos los seres vivos, reglas que son absolutamente amorales, en el contexto de la supervivencia de la especie. =mas= Nuestra especie, sin embargo, ha pecado de soberbia, para variar, por lo que tenemos la idea de que la tierra nos fue entregada para que la administracemos a nuestro antojo, y peor aún, tenemos la idea de que las leyes de la evolución no aplican a nosotros; que podemos “dirigir” el rumbo de nuestra propia evolución; o que estamos exentos del mecanismo de la Selección Natural, pues eso de la competencia entre individuos de la misma especie no va para este miserable mico lampiño. (Incluso hay científicos dementes que dicen con ojos ilusionados y semblante esperanzado, que estamos a nada de que el ser humano alcance la inmortalidad. Semejante aberración me pone los pelos de punta). El aspecto sobre el cual me gustaría llamar la atención particularmente con este artículo, es el altruismo. Luego de sostener interesantes debates con miembros de este blog, a raíz del teletón, prometí explicar con bases darwinianas, el por qué considero el altruismo un mal para el desarrollo de la especie, y cuáles pueden ser las alternativas a este mecanismo artificial de ayuda, que al final del día, hace más daño que bien a la colectividad. Esta vida es competencia. Así es para los animales y las plantas, y lo es también para nosotros. La Selección Natural es un mecanismo que ayuda a separar a los aptos de los que no lo son, y desafortunadamente, el altruismo (que se define como “ayudar a alguien sin esperar nada a cambio”) está favoreciendo a grupos débiles, que en otras condiciones, ya habrían disminuido su incidencia, o estarían al borde de la extinción. Gracias al altruismo, una anomalía genética como el síndrome de Down, ha prosperado en lugar de disminuir de manera “natural”, si no fuera por el altruismo. Y aceptémoslo: aunque a muchos nos causan ternura estos chicos, por su nobleza e indefensión, nadie quiere realmente que su descendencia padezca este síndrome; al menos me parece bastante torcido que una pareja fuera con el médico, y le dijera: “oiga doctor, fíjese que queremos tener un hijo, pero queremos que

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