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La Seducción del Inocente: Cómo y Por Qué Leo y Escribo Comics

 Durante la pasada Feria del Libro del Zócalo, mi hermano Daniel y yo tuvimos la oportunidad de ir a degustar unas cuantas cervezas con el talentoso Luis Villegas, uno de los ilustradores de la Historieta Independiente más Importante del momento, Cristóbal el Brujo, y entre los vapores del alcohol, el buen Ville nos preguntó a bocajarro: “¿Y ustedes cómo fue que empezaron con esto del comic…?” La respuesta, al menos en mi caso, me remontó a finales de los ochentas, cuando envueltos en una fría noche como las que estamos viviendo en estos últimos días, bebíamos chocolate caliente y churros de El Moro, en el Eje Central, dentro del coche de mi padre. =mas= En esos tiempos de mi infancia, no era raro que le pidiésemos a mi papá que nos llevase a dar una vuelta en coche, ya fuera para ver la iluminación del Zócalo (cuando había), a pasar cerca del ahora difunto autocinema de Satélite, sólo para ver un par de segundos la pantalla que relucía en medio de la ciudad, o simplemente recorrer la ciudad y ver las calles por la noche. Y por supuesto, no era raro que termináramos tomando chocolate y comiendo churros afuera del Moro, como aquella noche que se me ocurrió pedirle a mi papá que me comprara un “cuento”. ¿De quién…? Obviamente, de mi héroe de siempre: El Asombroso Hombre Araña. Resulta que en esa época, algunos años antes de mi adolescencia, ya vivía yo cautivado por las aventuras del Arácnido, mas no en el medio que lo vio nacer, sino por la vía de la T. V. Ya desde entonces sentía yo una marcada preferencia por el Trepamuros, incluso por encima del héroe por antonomasia (Superman), por una extraña identificación que sentía con Peter Parker concretamente, y con su alter ego por añadidura. Parker, a diferencia de Clark Kent, ERA un nerd, no aparentaba serlo, como en el caso del Hombre de Acero. Era infortunado con las chicas, a menudo sufría en la escuela, pese a su inteligencia, tenía problemas de dinero, y encima, trataba con toda clase de villanos que procuraban hacer su vida, ya de por sí miserable, un verdadero infierno. Y si bien es cierto que ya antes de aquella noche en El Moro había leído algunas revistas del Araña, el ejemplar que mi padre me compró aquella noche fue fundamental y decisivo para mi futura afición por los comics, y también para una de las vertientes de mi vocación literaria, pues se trató de una saga fundamental en la Historia del personaje: El Devorador de Pecados: La Muerte de Jean DeWolff. A los ojos de un niño de once años (creo que fue del 89, no recuerdo con exactitud; pero lo seguro es que fue a finales de los 80’s), aquella era una historia sin precedentes en la historia del comic: se narraba la muerte (tópico “tabú” en las caricaturas americanas que consumía en esas épocas) de un personaje importante en el microverso del Araña, se hablaba (¡Escándalo de escándalos!) de un asesino serial, y encima de todas esas cosas, el Araña usaba un traje negro que nunca le había visto, y salía Diabólico como “invitado especial”. Desde luego que la cosa no podía quedarse así, pues si bien es cierto que la edición de Novedades traía dos historias por entrega, la historia no terminó con aquel número que mi padre compró esa noche. Tenía que hallar la manera de conseguir el resto de la historia, y saber cómo concluía aquello. “¿Me puedes comprar el Hombre Araña, mamá…?” le pregunté una semana después a mi madre, entonces secretaria en el Tribunal Fiscal de la Federación, y ella desde luego, dijo que sí. A partir de entonces, mi madre nos proporcionó a mis hermanos y a mí, las semanales aventuras del Arácnido, que se convirtió en catorcenal después de un tiempo. Recuerdo que poco después de la saga de La Muerte de Jean DeWolff, vinieron a caer en mis manos la Guerra de Gángsters, una saga en la que el Araña deja catatónico al Dr. Pulpo, y una saga histórica que en su momento me angustió, y que

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