caracolaria

sabor a mí

Por la mañana, después de una caminata temprana y un desayuno más o menos, me decidí a limpiar mi casa, vaya que le hace falta. Me levanté de la mesa, apagué la computadora y fui completamente decidida directo a recostarme un segundo. =mas= Llegaba a una tienda de helados con mi madre, buscando un helado sin azúcar, bajo en calorías. Maravilla, tenían de chocolate oscuro y de vainilla. Sin dudar, pedí de chocolate, y apenas pude probarlo cuando llegó música de algún lugar. Era lo que pensé un restaurante típico (después vería que, como es habitual, mis primeras impresiones siempre son erróneas). Mi madre ya conversaba con la chica de la recepción, lo que no es inusual, hasta con las piedras de las paredes. Este restaurante pertenecía como a un club que se llamaba “viva saludable” o alguna mierda así. Le explicaba la señorita que las recetas cuidan la cantidad de carbohidratos y grasas, y bla bla bla. Entonces yo hice lo más lógico que podía hacer en una situación como esa: saqué mi lap top para chatear con la chica que tenía a unos centímetros delante de mí, para decirle que mi glucosa había subido a 200 (lo cual es verdad) Empezó el show. La voz de la chica era sustituida por ritmos afroantillanos, y podía ver – muy poco por cierto – desde mi sitio, chicas bailando los senos desnudos (sí, los bailaban en verdad) y con faldas llenas de pedrería. Era un show un poco extraño, todo era extraño ahí, y en un momento ya teníamos mesa mi madre y yo. Pero yo

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